Una mañana a principios del mes de marzo del año 2003, me levanté con la rutina de cada día, almuerzos, vestir a los dos peques, preparar los artilugios del trabajo… Todo parecía muy normal. Pero empecé a notar un pequeño dolor de cabeza que iría aumentando segundo a segundo, hasta sentirme incapacitada de realizar cualquier tarea. El frío se había apoderado de mi, la mitad del cuerpo estaba helado, paralizado y la cabeza me iba a estallar. Pedí ayuda: los abuelos se llevaron a los niños y mi hermano me llevo al hospital donde me reuní con mi marido. Pasé todo el día en urgencias haciéndome pruebas de reflejos, encefalogramas, análisis, TAC,….El dolor de cabeza había disminuido y volvía a recuperar la movilidad de mi cuerpo. Todo parecía normal. Aun estaba en urgencias esperando el alta cuando “salio” el resultado del TAC. Una mancha negra estaba en el cerebro, y existía parálisis facial derecha. A la una de la madrugada decidieron ingresarme en la planta de neurología, para obtener un diagnostico claro.

Esa mañana, cercana a la primavera, cambió mi vida.
Estuve ingresada un mes y medio. En un mes y medio me di cuenta de cosas que no había descubierto en años. Conocí a las personas más valientes y luchadoras por la vida, con el mayor coraje y dignidad. Por la noche nos reuníamos en el “casinet” …, (la sala de espera de los familiares), hablábamos de nuestras cosas tomando un café o un te de máquina . Este ratito de cada noche hacia que la estancia en el hospital fuera más agradable .Guardo un buen recuerdo de esos días, pero echaba muchísimo de menos a mis hijos. En todo momento tuve a mi familia al lado.
Se habían hecho todas las pruebas, TAC, resonancias, biopsia, SPECT, solo faltaban los resultados. Que fueron tajantes.

Diagnóstico: glioma de tercer grado en hipotálamo, no operable.

Mi reacción fue cerrarme en el lavabo de la habitación y empezar a llorar. No quería salir de allí, no quería ver a nadie, y una sensación de vergüenza se iba apoderando de mi. Si los médicos tenían razón y mi vida duraría tan poco, yo no quería vivir, quería morir allí mismo, sin salir del cuarto de baño.
Pero nada pasa por casualidad. Mi mejor amiga me presentaba ese mismo día, a dos personas, en que una de ellas había pasado por un cáncer linfático. Esta mujer fue el principio de mi salvación. Ella puso una luz al túnel sin salida donde estábamos metidos mis padres, hermano, marido y yo.
Me habló de la lucha, de las ganas de vivir, de la felicidad, del amor. De terapias alternativas, visualización, meditación, energías. Del equilibrio entre el cuerpo y la mente, del poder de la mente. De la no casualidad. De darse cuenta el porque del cáncer. Tenía que luchar contra el cáncer desde el amor.
No entendía muy bien lo que me estaba diciendo, para mi eran palabras nuevas.
Me mandaron a casa con un diagnostico, un pronostico y un tratamiento de radioterapia y quimioterapia. Mi sensación era de desamparo y miedo. Ese mismo día en casa ordenando mis papeles y fotografías encontré uno que había escrito dos días antes del ingreso y que no me acordaba de él. Leí ese papel una y mil veces. Nada es por casualidad. En el había plasmado lo que iba a suceder 48 horas más tarde. Como podía entender aquello una mente cerrada y cuadriculada como la mía, en que todo se rige empíricamente.

Era la hora de tomar una decisión, rendirme al diagnóstico o luchar por mi vida, para convertir lo imposible en posible.
Compatibilicé la medicina convencional con terapias alternativas. Treinta y seis sesiones de radio, ocho de micro radiación, cada veintiocho días quimioterapia. Y lo mas importante una visualización cada día. Cerrar los ojos, una playa de arena fina, mar azulado y agua templada. Me imagino como el sol entra por mi cabeza (energía pura), su calor va haciendo mella en mí, es tanto su poder que el tumor se está deshaciendo, al igual que un helado. Junto con el tumor se me van los miedos y los malos pensamientos. Se va cuerpo abajo, hasta salir por los pies y terminar en el fondo de la tierra.
Otras terapias han sido el Zen, la meditación, la cromoterapia y la más utilizada por mi, el Reiki. Era muy importante para mi, imprescindible, hacer Reiki a la quimioterapia.
El primer año las pruebas indicaban un estado inmóvil, no disminuía pero no crecía.
El segundo año hacia visualizaciones de una playa, en la cual se producía mi total curación y comprendí que tenía que ir a esta playa y hacer realidad mi visualización.
En agosto fuimos una semana. Allí empezó mi total curación.
Durante este tiempo me han ingresado varias veces, unas por la quimioterapia y otras por el propio tumor. He tenido altos y bajos, miedo y euforia, llantos y risas. Tentaciones de no luchar más. Pero cuando me encontraba en ésta situación, llamaba a la chica que vino por primera vez al hospital, volvíamos a hablar de vida, del perdón propio, del perdón ajeno, de la lucha de cada día, de la seguridad de uno mismo y del amor.

En noviembre de 2004 me ingresaron con dolores de cabeza, con un cansancio absoluto. Diagnóstico del TAC de urgencias, gran mancha en el cerebro. Si era un crecimiento del tumor, no pasaba de dos días, y si era un sangrado, era demasiada sangre para reabsorber.
Fue el momento mas claro de mi curación. Cada día me sentía mejor, más fuerte y con unas ganas locas de chillar, de cantar, de expresar mi alegría y de dar las gracias.
Salí del hospital el 31 de Diciembre de 2004, con dos resultados, el Pet: Total desaparición de la actividad tumoral y una resonancia magnética: aquella mancha oscura era blanca y tan pequeña que era imposible determinar que era.
La naturaleza me ha dejado una pequeña mancha para que no olvide lo aprendido, gracias al Cáncer.